Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA CONQUISTA DE TENOCTILAN



Comentario

Relación de algunas cosas de las que acaecieron al muy ilustre señor don Hernando Cortés, marqués del Valle, desde que se determinó ir a descubrir tierra en la Tierra Firme del Mar Océano1






[Cómo el señor marqués del Valle se partió de la isla de Cuba, y de las dificultades que para bastecerse tuvo.]



El cual salió de la isla de Cuba, que es en las dichas Indias, y fue al puerto de la Villa Rica de la Veracruz, que es el primer nombre que puso a una villa que pobló y fundó en lo que él después llamó Nueva España.

Llevaba el dicho marqués una bandera de unos fuegos blancos y azules y una cruz colorada en medio; y la letra de ella era: Amici, sequamur crucem, et, si nos fidem habemus, vere in hoc signo vincesus2.

Salió de la dicha isla de Cuba el dicho señor marqués no tan bastecido cuanto él quisiera para seguir su viaje, y fuese por de largo de la dicha isla de Cuba a un puerto que en ella está, que se llama Macaca, donde hizo hacer cierto pan de raíces, que se dice yuca, que nacen sembrándolo en unos montones de tierra y salen como nabos, las cuales raíces, antes de ser desmenuzadas y cocidas en cierta manera son ponzoña y tóxico, y después de ralladas y estrujadas y cocidas, es pan y razonable mantenimiento3. Y de aquí, de este puerto, despachó ciertos navíos a la punta de la isla, y otro navío a otra isla que se llama Jamaica, con cosas de bastimentos de Castilla y con algún oro para que le mercasen4 de ello de este pan que hemos dicho, y tocinos de puerco, porque en aquella isla lo había al presente más que en la isla de Cuba. Y asimismo tuvo aviso que un navío de un vecino de Cuba venía cargado de este pan para irlo a vender a cierta parte donde se cogía oro en la dicha isla; y mandó a ciertos de su compañía que fuesen en busca del dicho navío, y por fuerza o de grado lo trajesen a la punta de la isla, que es do[nde] él había mandado ir sus navíos. Lo cual fue hecho así como el dicho marqués lo mandó. De esta manera algún tanto5 basteció su armada; y pagó en ciertas joyas de oro lo que valía el bastimento y navío que así tomó. Después de lo cual, el dicho marqués anduvo perdido quince o veinte días entre unos bajíos e islotes; y al fin fue a la villa de San Cristóbal del puerto de la Habana, que es en la isla de Cuba, donde mercó [bastimentos] de uno que tenía los diezmos6 de la dicha isla arrendados y de otro que era receptor de unas bulas7, y en precio de ellas le daban tocinos y pan, porque en aquella parte no se coge oro. Y de esto se acabó de bastecer, con algún otro bastimento que después mercó a los dichos vecinos, y lo fue a tomar a otro puerto que se dice Guaniguanico, que es en la misma isla de Cuba.



[Cómo aportamos a Aquçamil, y cómo era el ídolo que los naturales adoraban.]



En el dicho puerto de Guaniguanico juntó el dicho señor marqués del Valle sus navíos, y repartió por ellos el bastimento que había y la gente e hizo capitanes, a los cuales dio sus instrucciones según le pareció que debían seguir las derrotas, y para cómo se habían de regir y gobernar la gente que cada uno llevaba. Y luego que se desabrazó de la isla, dio en su armada un temporal que derrotó los navíos, y por la instrucción que les había dado de por do[nde] habían de navegar aportaron todos a una isla pequeña que en la mar se halló, cerca de la tierra firme, a quien los indios de ella llaman Aquçamil8, y de todos los navíos no faltó más de uno, de[l] que después diremos.

En la dicha isla se hallarían como dos mil hombres, y la isla será de cinco leguas9 por lo más largo y una y media o dos de ancho.

Adoraban la gente de ella en ídolos, a los cuales hacían sacrificios, [en] especial a uno que estaba en la costa de la mar en una torre alta. Este ídolo era de barro cocido y hueco, pegado con cal a una pared, y por detrás de la pared había una entrada secreta por do[nde] parecía que un hombre podía entrar y envestirse el dicho ídolo; y así debía ser, porque los indios decían, según después se entendió, que aquel ídolo hablaba.

En esta isla se halló delante del ídolo, abajo de la torre, una cruz de cal de altor de estado y medio10 y un cerco de cal y piedra almenado alrededor de ella, donde los indios decían que ofrecían codornices y sangre de ellas y quemaban cierta resina a manera de incienso, y que esto hacían cuando tenían necesidad de agua y haciéndolo llovía.





[Cómo el que esto escribe topó con un cristiano, que estaba cautivo en poder de los indios.]



En esta isla se entendió por señas, o como mejor se pudo entender, que en la tierra firme que estaba frontera de esta isla había hombres con barbas como nosotros, hasta tres o cuatro.

El señor marqués del Valle dio ciertas joyas y cosas de rescate de las que él llevaba a un indio porque llevase una carta a aquellos cristianos, y con este indio envió un bergantín, cuatro bateles y un capitán; y porque el indio decía que estaba[n] cerca de la costa de la mar les escribió en la carta que aquellos bajeles los esperarían cinco días y no más; y con esto se fueron el bergantín y [los] bajeles, y estuvieron ocho días, y el indio que llevó la carta volvió a nuestra gente e hizo señas que no querían venir, y así se volvieron todos a la dicha isla. Y luego el dicho señor marqués mandó embarcar toda su gente, y se embarcó e hizo señal que todos hiciesen vela, y así lo hicieron. Y [de] improviso se tornó el viento tan contrario, que fue necesario tornar al puerto sin poder hacer otra cosa, y tornarse a desembarcar.

Y otro día, estando en un navío el que esta relación da y otros ciertos gentileshombres11, vieron venir por la mar una canoa, que así se llama, que es en lo que los indios navegan y es hecha de una pieza de un árbol cavada, y, reconociendo que venía a tomar tierra en la isla, salieron del navío en tierra y por la costa se fueron lo más encubiertamente que pudieron, y, llegando adonde la canoa quería tomar tierra, y la tomó, vieron tres hombres desnudos12, tapadas sus vergüenzas, atados los cabellos atrás como mujeres, y sus arcos y flechas en las manos. Y les hicimos señas que no obiesen miedo, y el uno de ellos se adelantó y los [otros] dos mostraban haber miedo y querer huir a su bajel, y el uno les habló en lengua que no entendimos y se vino hacia nosotros, diciendo en nuestro castellano: "Señores, ¿sois cristianos, y cuyos vasallos?" Dijímosle que sí, y que del rey de Castilla éramos vasallos.

Alegrose y rogonos que diésemos gracias a Dios, y él así lo hizo con muchas lágrimas, y, levantados de la oración, fuimos caminando al real y él llevó los dos compañeros suyos, que eran indios, consigo, y por el camino nos fue diciendo que había diez años que, yendo en un navío por la mar, no sabe a qué parte, mas de que habían partido de la isla de Santo Domingo13, y, yendo a la Tierra Firme, hacia las Perlas14, se les abrió el navío, y que trece hombres de él tomaron el bajel y le pusieron una vela, y corrieron donde el viento los quiso llevar.

El navío se fue a fondo con los demás, y que a ellos los había llevado Dios a aquella tierra, y que él había trabajado de contentar a un señor indio en cuyo poder había estado, y otro español había tomado por mujer a una señora india, y que a los demás los indios los habían muerto; y que él sintió del otro su compañero que no quería venir por otras veces que le había hablado diciendo que tenía horadadas las narices y orejas y pintado el rostro y las manos; y por esto no lo llamó cuando se vino15.

El señor marqués se holgó mucho con este español, el cual servía de intérprete16, y con él hizo llamar los indios de la isla y les predicó e hizo amonestaciones y les rogó que derribasen sus ídolos, y lo hicieron de buena voluntad al parecer, y le pidieron imágenes, y se las dio de Nuestra Señora la Virgen María, y puso e hizo poner por toda la isla en partes y en la torre donde estaba el ídolo cruces, dando a los indios de lo que él tuvo que veía que les parecía bien; y así se partió de la dicha isla. Y después supimos que, cuando por allí algún navío venía, los indios salían a él en una canoa con una imagen de Nuestra Señora y le daban de lo que tenían.

[Cómo hallamos un navío que nos faltaba, y lo que acaeció a los que en él iban.]



Partió el dicho señor marqués con su armada de esta isla algo llegado a la tierra firme en busca del navío que le faltaba; y, yendo por la derrota que había mandado seguir, halló en un portezuelo el navío que le faltaba, el cual navío tenía por la jarcia de él mucho número de pellejas de conejos y liebres, y algunos pellejos de venados pequeños y grandes. Y dijeron los españoles del dicho navío que luego que allí llegaron vieron andar un perro español por la costa y ladraba hacia el navío; y cómo17 saltaron en tierra el capitán del navío y algunos españoles vieron una lebrela de buen talle, y se vino a ellos y los halagaba, y se volvió al monte y les comenzó a traer conejos, y con esta lebrela cazaban los días que allí estuvieron, y tenían hecha alguna cecina18 de conejos y venados.







[Cómo el señor marqués llegó a la Isla de las Mujeres, y lo que en ella nos sucedió.]



De aquí partió el señor marqués y fue a la punta que llamó de las Mujeres, porque todos los ídolos que en unas salinas que ende19 estaban eran a manera de mujeres20.

Allí estuvo dos días por falta de buen tiempo, y yo vi que en el navío donde yo estaba tomamos un pescado que llaman tiburón, que es a manera de marrajo21, y según pareció había comido todas las raciones que daban de carne a los soldados y personas que iban en la armada, que, como era de puerco salada para la echar en mojo22, cada cual la ataba al bordo de su navío en el agua. Y tomámosle en nuestro navío con un anzuelo y con ciertos lazos que le echaron por la veta23 do[nde] iba el anzuelo; y, no pudiéndolo subir con los aparejos, porque daba mucho lado al navío, con el batel lo matamos en el agua, y como pudimos lo metimos a pedazos en el batel y en el navío con los aparejos, y tenía en el cuerpo más de treinta tocinos de puerco y un queso y dos o tres zapatos y un plato de estaño, que pareció después haberse caído el plato y el queso de un navío que era del adelantado Alvarado, a quien el señor marqués había hecho capitán de un navío de los de su armada.

Eran los navíos que llevaban trece e irían en toda la armada quinientas y sesenta personas. Los navíos eran el mayor de hasta cien toneles24, y otros tres de sesenta hasta ochenta toneles; de los demás de allí abajo, pequeños. La carne que se sacó del pescado [la] comimos, porque estaba más desalada que la otra y sabía mejor.







[Cómo llegamos a la provincia de Tabasco, y las guerras que hubimos con los naturales de ella.]



De aquí partió el armada y fue a un río, que llaman Tabasco a la provincia por do[nde] él pasa.

Dejó los navíos mayores fuera, en la mar, y metió la gente y artillería en los bajeles más pequeños y entró con ellos por el río donde le salieron ciertos indios de guerra, y con el intérprete les habló y prometió de no les tomar cosa alguna, ni consentirles hacer mal si lo recibiesen de paz y le escuchasen la razón porque allí era venido.

Ellos tomaron de término para responder hasta otro día de mañana y el dicho señor marqués se estuvo con su gente en sus bateles en una islitilla que el río hacía, y según pareció pedían el término para alzar su ropa25.

Otro día, como a las diez, el marqués llegó [con] su gente junto a la tierra en los bateles y los indios se mostraban de guerra con sus arcos y flechas y varas y tiraban hacia los bateles, y el marqués les tornó a requerir muchas veces que le recibiesen de paz, y que se lo rogaba tanto, porque sabía que habían de ser destruidos si otra cosa hacían, y no quisieron sino amenazarnos que si saltábamos en tierra que nos matarían. Y así saltamos y ganóseles el pueblo, y en un patio de aposentos de la gente que servía a los ídolos del dicho pueblo se aposentó el dicho señor marqués y su gente; y, después de recogida, puso esa noche guarda en su real, y por la mañana envió por tres partes alguna de su gente por caminos anchos que de[l] pueblo salían, los cuales iban a buscar algunas cosas de yerbas y frutas para comer, y los caminos los llevaron a los unos y a los otros a las labranzas de los de aquel pueblo, y hallaron alguna gente con quien pelearon y trajeron ciertos indios. Y, llegados al real, dijeron cómo ellos se andaban juntando para nos dar batalla y pelear a todo su poder para nos matar y comernos; y que estaba acordado entre ellos que, si los cristianos los vencían, de servirlos dende en adelante como a señores, lo cual se entendió por el intérprete español de quien ya dijimos.

El señor marqués les habló y los envió por mensajeros, y los aseguró de que, si quisiesen no pelear, se les haría muy buen tratamiento y él los tendría como a sus hijos y no volvieron con respuesta, mas de que alguna gente que andaba de guerra entre unas acequias y rías decían a los nuestros que dende [aquí] a tres días sería junta toda la tierra y nos comerían; y así se juntaron y [a]parecieron una mañana.

El marqués y toda su gente oyó misa y salió a ellos; y porque la tierra es acequiada y por el camino por do[nde] habíamos de ir había rías hondas, tomó con diez de caballo, de trece que tenía, y fuese sobre la mano izquierda de largo de la ría para ver dó[nde] podría encubrirse con unos árboles y dar en los enemigos o por las espaldas o por un lado, y la gente de pie se fue camino derecho pasando acequias. Y como los indios sabían los pasos, que son más sueltos que los españoles, pasábanse por las acequias y dende la otra parte nos tiraban muchas flechas y varas y piedras con hondas; y, aunque matábamos algunos de ellos con ciertos tirillos de campo que teníamos y con las ballestas, ellos hacían gran daño en nosotros por ser mucho número de gente como eran, y nos vimos en mucho peligro, y no sabíamos del marqués, porque no halló por dó[nde] pasar a los enemigos, antes hallaba muchos malos pasos de acequias; y como los enemigos nos tuviesen ya cercados a los peones por todas partes, [a]pareció por la retaguardia de ellos un hombre en un caballo rucio26, picado, y los indios comenzaron a huir y a nos dejar algún tanto por el daño que aquel jinete en ellos hacía; y nosotros, creyendo que fuese el marqués, arremetimos y matamos algunos de los enemigos, y el de caballo no pareció más por entonces. Volviendo los enemigos sobre nosotros, nos tornaban a maltratar como de primero, y tornó a parecer el de caballo más cerca de nosotros, haciendo daño en ellos, por manera que todos lo vimos y tornamos a arremeter y tornose a desaparecer como de primero, y así que lo hizo otra vez, de manera que fueron tres veces las que apareció y le vimos; y siempre creíamos que fuese alguno de los de la compañía del marqués.

El marqués con sus nueve de caballo volvieron a venir por nuestra retaguardia, y nos hizo saber cómo no había podido pasar, y le dijimos cómo habíamos visto uno de caballo, y dijo: "Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros". Y arremetió estando ya fuera de las acequias y dio en los enemigos, y la gente de pie tras él; y así los desbaratamos, matando muchos de ellos y huyendo los demás a se guarecer en los malos pasos entre las acequias.

El marqués se volvió al real con su gente, y de algunos prisioneros que se habían tomado hizo mensajeros y envió a decir a los enemigos que le pesaba del daño que en ellos había hecho, y que todavía los tendría por amigos si ellos quisiesen venir a obediencia; y vinieron ciertos señores y trajeron aves que acá llamamos gallinas de las Indias27 y frutas de aquella tierra y otras cosas de bastimento, y dieron la obediencia al dicho marqués, y [éste] les rogó que quitasen sus ídolos y pusiesen cruces en el lugar do[nde] los tenían; y ansí se hizo en lo que por allí vimos.

Y tomado algún maíz, que es una semilla de que ellos se mantenían y algunas frutas, y enviádolo a los navíos, los señores de la tierra dieron al marqués veinte mujeres de las que ellos tenían por esclavas, para que moliesen pan. Y después de andada la procesión el Domingo de Ramos y dicha misa en el patio de los ídolos, nos fuimos a embarcar. Decían los indios que serían los que con nosotros habían peleado hasta cuarenta y ocho mil hombres, porque su manera de contar es de ocho en ocho mil, y decían que se habían juntado por copia seis veces ocho mil28.